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El Jambato es símbolo de conservación de especies amenazadas 

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El sapo arlequín Jambato (Atelopus ignescens) es una especie antiguamente abundante en los Andes del Ecuador, que empezó a extinguirse en los años 1980, pero que hoy se está convirtiendo en un símbolo para ampliar la conservación a otras especies amenazadas y es un foco de investigación científica.   

David Salazar, investigador del Centro para la Investigación y Conservación de la Biodiversidad y el Cambio Climático (BioCamb), de la Universidad Indoamérica, es coautor del artículo científico de acceso abierto, “Camino hacia la recuperación: una descripción ecológica general del sapo arlequín jambato (Bufonidae: Atelopus ignescens) en su última localidad conocida, Valle de Angamarca, Ecuador”, publicado en junio de 2024, por la revista PeerJ.  

El nombre común de este sapo, de colores negro y naranja, se deriva del kichwa “jampatu”, que significa sapo. El jambato era frecuente en pajonales, potreros, y alrededor de ciudades como Latacunga, Quito y Ambato; por esta razón y porque tiene actividad diurna, era muy conocido por las personas en los Andes del norte y centro de Ecuador. De hecho, la ciudad de Ambato, donde se ubica la matriz de la Universidad Indoamérica, lleva este nombre por la especie. 

En el artículo se presentan resultados de una investigación realizada en la parroquia Angamarca, provincia de Cotopaxi, último refugio del jambato, centrándose en algunas características como distribución, abundancia, preferencias de hábitat, ecología, susceptibilidad a enfermedades y hábitos alimentarios de la especie.  

Durante un año de trabajo de campo se identificaron 71 individuos en diferentes etapas de desarrollo y en diversos hábitats, con presencia significativa en zonas de mosaico agrícola y ubicaciones cercanas a fuentes de agua utilizadas para el riego de cultivos, lo que demuestra la persistencia de la especie en un paisaje complejo y con considerable intervención humana.  

Por cada Jambato observado, se registró la siguiente información: fecha y hora de captura, localidad (latitud, longitud y elevación), hábitat y microhábitat, longitud del cuerpo para adultos y juveniles y longitud de la cola para renacuajos, actividad del individuo en el momento de la observación y condiciones climáticas. 

La especie fue considerada Extinta por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) hasta 2016, cuando un descubrimiento fortuito reavivó la esperanza. Su último refugio es Angamarca, una parroquia ubicada sobre la cordillera occidental de los Andes, en la provincia de Cotopaxi. El lugar tiene una gran riqueza histórica, cultural y paisajística. Sin embargo, no son áreas prístinas en las que se encontró al jambato, sino modificadas con potrero y cultivos. Esto quiere decir que, el jambato convive muy de cerca con los habitantes de la parroquia. 

Para el artículo en el que participó Salazar, se realizó un análisis dietético, basado en muestras fecales, mismo que indicó una selección diversa de presas, principalmente que comprende artrópodos como Acari, Coleoptera y hormigas. La disminución de los anfibios a nivel global se ha asociado con enfermedades, especialmente la provocada por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis, y cambio climático. 

La investigación confirmó la presencia de este hongo patógeno en los jambatos de Angamarca, pero, sorprendentemente, ninguno de los individuos infectados mostraban signos visibles de enfermedad. Al analizar patrones climáticos, los científicos encontraron que existen diferencias climáticas entre localidades históricas y Angamarca.  

Por otro lado, el análisis temporal también puso una tendencia, el calentamiento generalizado. Finalmente, en colaboración con la comunidad local, se desarrolló una serie de medidas de gestión y recomendaciones para los ambientes terrestres y acuáticos ocupados por el jambato. 

La conservación y estudio de esta especie es un esfuerzo de la academia y la comunidad. La Alianza Jambato, de la que Salazar es parte, ha trabajado muy de cerca con las comunidades y autoridades parroquiales. El trabajo se realiza con herramientas de educación ambiental experiencial basada en el lugar, el diálogo de saberes y la ciencia comunitaria, indica en su página web.